martes, 8 de agosto de 2006

0,5

La tomó por los hombros desnudos. Fingió sorprenderse, más el cuerpo no engaña: su cuello se ofrecía como tierra fértil después de la lluvia. Con la fuerza de un vendaval atravesó sus cabellos; con los dientes arrancó de raíz el olor rosa de su carne. Comenzaron un vaivén lento, húmedo, espeso; sus cuerpos se juntaban, se separaban, se volvían a unir, cada movimiento era una nueva figura, un nuevo trazo, la silueta cambiante de sus cuerpos era una sombra chinesca en la pared. A veces eran un ave; por momentos un toro, luego un perfil de mujer, una nube, un río, un árbol agradecido que extiende sus retorcidos brazos al cielo como quien celebra un gol maravilloso, otra vez un perfil de mujer, otra vez los dos, otra vez ella, sola, como desde el comienzo, cuando fingió sorprenderse con sus propias manos.

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