domingo, 24 de septiembre de 2006

El día antes de nacer

El día antes de nacer escribieron en mis manos mis nombres y apellidos, el color de mi piel, el número de mis cabellos, los nombres de mis padres y hermanos, los días que viviré y el día que moriré. El día antes de nacer acepté entrar en un universo que se destruye a sí mismo.

Hoy, hace algunos años, acepté la propuesta de un dios suicida.

viernes, 22 de septiembre de 2006

miércoles, 20 de septiembre de 2006

Unplugged

Escuché la voz de una mujer. Está oscuro. Me incorporo. Toco las sabanas; por su temperatura imagino que son blancas. No sé dónde estoy. Me levanto, voy tocando las paredes, siento un interruptor de luz. Lo enciendo pero todo sigue igual que antes. El bombillo debe estar fundido. Camino a tientas, me doy cuenta de que estoy desnudo. Me quedo quieto. El silencio es absoluto. Una corriente fría como reptil ha comenzado a subir por mi espalda. Sus movimientos dejan un rastro lento y baboso, como de eses (y heces) a medio trazar. He cerrado los ojos. Súbitamente el réptil se bifurca una y otra vez en muchos reptiles pequeños que suben raudos por mi cuello y por mi rostro, abro los ojos y en la cercanía alcanzo a distinguir dos manos negras que se apresuran a taparlos. La mujer que escuché al principio me susurra algo incomprensible al oido izquierdo. Una voz muy parecida, la misma tal vez, me dice algo en el derecho. Por entre los dedos se ha filtrado un destello blanco, una explosión lechosa; alcanzo a ver mi rostro de cuando era niño pero no por mucho tiempo: a él también le cubren los ojos. Las manos que cubrian los mios se debilitan y empiezan a escurrirse como agua negra por mi rostro. Tardo en comprender que ya no es un coma: es el punto final. Muero aferrado a las sabanas como quien se aferra a la vida.

martes, 19 de septiembre de 2006

miércoles, 13 de septiembre de 2006

A Don Rigoberto

Quisiera volver a ser un niño pequeño, una pequeña larva sin alas. Tener otra vez esa edad en la que el tiempo transcurre como un dulce cosquilleo de reloj; que otra vez me enseñaras a hablar, a caminar, a jugar fútbol; volver a ser el "Rigo chiquito": esa gotita de agua igualita a vos. Pero al tiempo me gustaría que vos también fueras un niño pequeño y que volvieramos a esa playa donde pasaste tu infancia, que construyeramos castillos en la arena, y que yo aprendiera, como vos, a nadar en el mar. Me hubiera gustado mucho, no sabes cuanto, haber sido aquel niño con el que un día construiste una precaria balsita de madera para explorar el oceano; habernos perdido todo el día buscando tesoros, monstruos, barcos abandonados o alguna isla sin dueño y volver al final de la tarde casi muertos a encontrarnos con el rostro triste de la abuela, diciéndonos, entre sollozos, que nunca más emprendieramos esos viajes imaginarios. Pero nos correspondió encontrarnos en otro camino, en otras circunstancias y de otra manera: vos el padre, yo el hijo. En otro universo probablemente sea al revés, yo la madre y vos la hija, vos el revolver y yo el disparo, yo el tigre y vos el pintado, no importa como, lo cierto es que hoy, en tu cumpleaños, cuando soples las velitas, me perdones por no poder estar con vos.

Mayo 3 de 2006.

lunes, 4 de septiembre de 2006

The Shadow of Your Smile

Fernán (16) y Juliana (15) estudian juntos en la secundaria. Toman el bus en la misma parada, mas nunca se saludan. Fernán siempre espera que Juliana tome el camión primero. Ella lo sabe, pero se hace la estúpida.

Daniel (27) y Marcela (24) hacen el amor desesperadamente. Se huelen, se besan, se tocan, se muerden, se prueban; se aseguran a cada segundo que siguen juntos. La oscuridad no les arrebatará los sueños. Quedaron ciegos el año pasado.

Rodrigo (36) engaña a su esposa (Mariana, 30) con Lorena (19) en su propio garaje. Como a todos los que leen Cosmopolitan o Maxim, les excita la posibilidad de ser descubiertos. Mariana debe estar por llegar, dice Rodrigo. Espérate a que llegue yo primero, responde Lorena. Sonrien.

Beatriz (63) sube llorando hasta la terraza (piso 10) del edificio donde vive. Le dice a Marco (71), su esposo, que la espere, que ya casi llega. Una vez en la terraza, Beatriz saca un pañuelo raido que Marco le regaló mucho tiempo atrás, hace un nudo, se venda los ojos y se lanza a la calle.



Fernán llora la partida de Juliana. Sabe que nunca se atreverá a decirle palabra alguna. Daniel y Marcela lloran: esperan un bebé al que no verán nunca. Rodrigo llora: Mariana nunca llegó (tampoco Lorena). Beatriz sonrie: a veces solo la muerte puede hacernos felices.

(Gracias, Lou Rawls).

viernes, 1 de septiembre de 2006

Ai

Como un árbol que da sombra y da fruto,
como sus hojas,
quienes al igual que los ríos,
murmuran desde siempre el secreto de los dioses.
Como sus carnosos frutos,
como la suave piel de las uvas,
como la dulce perfección del sabor de su boca,
como todo aquello que es indecible por respeto a la eternidad,
como todo aquello, es el amor.