miércoles, 1 de agosto de 2007

Lo que nos une

Colombia es un país muy diverso. Tan diverso, que ni siquiera me parece un país. Es mas bien el resultado de una bola de nieve histórica que va juntando como puede las partes que la componen; el mapa que Pollock habria pintado sin problemas. Hace algún tiempo una publicación de renombre emprendió la búsqueda de un símbolo con el que todos los habitantes de éste país pudieramos identificarnos. Se propuso que el símbolo fuera el café, se propuso que el símbolo fueran las flores, se propuso que el símbolo fuera el sombrero vueltiao, se propuso, mejor dicho, un sinfin de barbaridades -el aguardiente, el tamal, las reinas de belleza- que mas bien me avergüenzan y se pasan de frívolas.

Pero existe un hombre que nos ha hecho caer en cuenta de qué es lo que de verdad nos une, lo que de verdad nos hace hermanos, lo que en realidad nos hace colombianos. Un hombre de fe profunda que decidió emprender una caminata de mil kilómetros desde su casa hasta la casa del Presidente de la República para pedir por la liberación de su hijo secuestrado hace ya nueve años. Un hombre que en la la travesía ha destrozado mil veces sus pies; un profesor de escuela que en la marcha nos dicta la que es, seguramente, la clase más importante de su vida, enseñándonos que lo que de verdad nos une es el dolor causado por la vergonzosa violencia de éste país.