Pronuncio, en la androginia de la noche que se vuelve día y con la fé de quienes oran para que no se acabe el mundo, las cuatro letras mágicas de tu nombre. Tu rostro se dibuja en la nube vaporosa de mi aliento y se desvanece con la llegada de la luz. La cama tibia, las sábanas arrugadas, todos los pliegues de este origami doblado y desdoblado mientras dormia simulan tus redondeces, ángulos, bisectrices y demás formas silenciosas. Si pudieras tocar ese papel arrugado que es mi cerebro reconocerías como un ciego todos tus relieves y depresiones, la corteza blanda de tus ojos cerrados, la finura de tus labios y las líneas de tus manos.
Éstas sábanas son la memoria de tu cuerpo.
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