Bajo de las montañas y cruzo la ciudad sucia; toco tu puerta y sales como el sol desde un abismo de flores negras. Tus manos me reciben como palomas con las alas extendidas; llego a tu boca como el mar llega a la arena.
Tus palabras perfumadas
y las sonrisas vívidas;
mi alma rígida
y tu boca afortunada,
vuelvo a mirarte: soy un testigo afortunado de tu existencia.
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