Como un ave exhuberante y magnífica
te posas altiva en el árbol del bien y del mal.
Tu canto, tus movimientos, tus colores, tus aromas:
nada hay de azaroso en tu llegada.
En mi boca el río empieza a secarse,
mis palabras se vuelven de piedra:
cristales y ópalos
guardados hace tiempo
despiertan excitados en tu cuna de fuego.
Se salen del cauce los ríos,
desesperada la tierra se abre,
y asustados, los animales, no reconocen su reflejo
mientras el árbol en llamas
irrumpe la eterna calma del Paraíso.
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